viernes, 27 de febrero de 2009

El mar de los angelitos



Se perdían sus faldas por la esquina del viento. LLovía frío. Esa fatídica cuadra enrojecía a las unas y embelazaba la sonrisa de los otros. Era la caminata obligada desde el estacionamiento hasta la clínica. Siempre había uno o dos mirones sobre Arenales que se apostaban en la acera esperando como osos aguardando salmones. Al llegar a Maipú casi siempre volaba todo, sobretodo en abril. El viento les devolvía expresiones a los nombres. Ella era distinta. Unica en su género, era un ángel. Una niña ángel. Tal vez se acomodaba ahí para poder desplegar sus alas sin que nadie lo notara. Tal vez pocos lo notamos. Desaparecía en la nada y aparecía con todo. Vestía una sonrisa de bienvenida y una pollera de jean con remeras de mangas largas en colores claros. No muy llamativos por cierto. Lo hacía, seguramente, para no despertar sospechas de sus dones. Sencillita. Toda la sencillez de la verdadera riqueza. Era el nombre de la cara bonita. La mirada fresca y verde. Una imagen de pureza con olor a jazmines robados. Garuaba. Tendría húmedas las alitas. Alguna vez le hablamos cuando el destino nos regaló el encuentro.

--Siempre te vemos por acá. Vivís cerquita…---me animé a decirle.Miró el cochecito. Ibamos a la clínica. Mal dormidos. Malhumorados. Vió a mi bebé que lloraba y que de golpe paró al mirarla...--Le duele la pancita. Tiene una infección urinaria. Pobrecita, no habrá dormido nada--- sentenció con una determinación no habitual.

Callamos. Nos sorprendió el discurso no acorde a una nena de su edad. Nos buscamos en el silencio de la bebé. En entender que no era común.

--¿ Vos sabés de ésto parece?—pregunté para sacarle charla mientras caminábamos.

-- Mi forma de curar no es ésta. Solo se busca eso que no te encuentra. Pero algún día lo sabrás.--- me dijo al tiempo en que sonreía dulcemente.

En la clínica mi hija fue sometida a todos los análisis para encontrar el origen de la fiebre. Estuvimos casi tres horas de lloros y lamentos parentales. No había una lágrima en todo el lugar que no deviniera de nosotros. Ver a tus hijos sufrir multiplica la angustia y la impotencia. Monopolio de tensión que sofocaba y secaba la garganta. Pero era cierto. Lo que había dicho aquella niña era cierto. Salimos después perplejos por el diagnóstico. Nos cambió el semblante. Asombrados inexplicablemente como suceden las cosas más íntimas. Buscamos encontrarla. No estaba. Era una angelita. Un girasol en la luna. Todos los nombres de la bondad. Seguramente había secado sus alitas porque ya no llovía. Seguramente remontó en la noche a su estrellita fugaz.

5 comentarios:

  1. El sí se dio una oportunidad conmigo. una gran oportunidad. fui yo la que no se la dio. la que se la dio a medias. Y no me cansé de él, me canse de dar lastima con mi imposible historia de amor. ésta que me saca canas verdes, que me hace retorcerme en la cama (porque extrañar realmente duele). mi historia de amor con un extranjero.

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  2. Flor; gracias por venir. El dolor, duele. Pero todo dura lo que se recuerde. Es un axioma. Esa oportunidad era para vos misma. Para dejar atrás lo que duele. De todos modos vivir se hace viviendo, no hay recetas mágicas para eso.

    te dejo un beso, seguiré leyéndote. Escribís genial.

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  3. Linda historia, yo no tengo angeles pero sí duendes.
    Besos.

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  4. En el jazmín de mi patio,algunas madrugadas insomnes, suelo ver una niña con alitas húmedas de rocío.Será la misma que habla con vos, en las calles de mi amado Buenos Aires?

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  5. Luna; también me sigue un duende, se llama Wally, ya postearé algo de sus andanzas.
    beso, y recuerdalo.

    Rayu; debe ser la misma, porque no sé a donde va cuando se va. Pero sospecho que busca a quien le pueda ver.
    besos de tango.

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