"Creo que si miráramos siempre al cielo, acabaríamos por tener alas."
Flaubert.
Recorriendo la costa lo ví tan sólo como el mundo. Estaba recostado sobre su caña. Era una columna que emergía del suelo. Imaginé que él creía que se trataba de un pararrayos. Estaba un tanto ido en su viaje. Ganaban sus pensamientos el horizonte. Perdía su mirada en los anillos plateados de la caña. La acariciaba como si fuera la espalda de una compañera. Ella lo sostenía y él la incentivaba.
---Esta noche no me falle, eh… mire que estrellado está.--- le decía cómplice.
Me acerqué sigiloso como quien pide permiso para hablar. Me senté a unos metros. Era penumbra. Las formas se diluían con la noche. Entonces le hablé.
--- ¿Hay pique maestro?---Hubo un silencio atroz.
--- Mire… eso, no es lo importante. Vengo acá para estar sólo con mis ilusiones.---
--- Ahá, claro.--- asentí.
--- La verdad, espero que alguna vez pueda pescar algo que me haga digno. No para contarle a los amigos como hacen todos los pescadores. Si lo lograra, ese sería mi secreto. Entretanto, espero...siempre espero.--- armaba su anzuelo hablando en voz baja.
Mientras la noche se tragaba las últimas luces seguimos conversando sin saber porqué.
---Seguramente, alguna vez habrá pescado algo interesante.--- comenté.
--- Nunca pesqué nada interesante. Es que, no quiero peces, quiero sólo ilusiones. Es difícil pescar ilusiones. A veces uno mismo termina siendo la carnada de alguna mujer que lo hace sufrir.--- aseguró al tiempo que recogía su equipo.
Ya se instalaba la noche cuando apareció una linternita desde el muelle. Hacía círculos y barras en el aire. Una vocecita acompañaba el movimiento. Cantando y acompasando se nos acercó rapidamente. Subió de tono la canción y despertó en alboroto a las gaviotas.
---¡Abueloooooooo!. ¡ Vamos que ya está la cena servida !--- gritó en perfecta directiva.
El pescador me guiñó un ojo. Recorrió su línea cuidadosamente. Al enroscarla advertí que los anzuelos estaban sin carnadas. Al darse cuenta de que lo ví, me miró, torció su boca y subió sus cejas.
--- Despídame de doña Milagros si la ve. Claro que si se atreve a proponerle algo se ganará un enemigo.--- me confió tomándole la manito a su nieta.
Milagros hacía unos años atrás había salido a nadar sin volver a la costa. Un miércoles de mayo se había llevado sus sueños al mar. El arrojaba la línea durante todos los jueves. Así, creía sentirse más cerca de la ilusión de rescatarla y de volver el tiempo atrás.