Mudanza. Luego de andar aprendiendo a ser flexible por ahí. Al fin el sitio deseado. Afuera, revela el adentro. Hacía falta. Ya estoy en ocho mudas de casa. Casas que han sido hogares y de las otras venidas a espacios amoblados. Trato de reducir al mínimo las expectativas, como en la vida misma, no quiero ilusionarme tanto. Tratándose de mí, eso es una quimera. Me reitero en encontrar la forma de no agotarme, en vano no lo logro. Entonces repaso sobre las cosas guardadas por afecto, porque algunas estaban perdidas en mi memoria, porque es una tarea solitaria de reencuentros, porque me gusta compartirlo, y porque digo sí a la elección. No tengo plan de saneamiento. Dejo que fluya. Como siempre, doy a quienes me regalan. Para qué describir el lugar sin pasar por lo que me provoca. Al desarmar las interminables y cajas de Pandora de cartón y las bolsas de consorcio me descubro siendo otro. Con otra lectura sobre las “cosas” que acompañaban lo que fuí. Entonces, me repito comprando cosas que ya tenía. Inconciente aire renovador de adentro que se ve en el afuera. Mis amigos íntimamente presentes. Veo, huelo, toco, hablo y escucho con los que vivieron ahí. Me río solo al punto de lagrimear. Quiero más verde, menos azules, más amarillos y rojos que grises. No entiendo al calefón y me cuesta cocinarme. Deseo a mis hijos riendo en el living. Enlazo mundos, como puedo, como me sale. Hago el esfuerzo. Me conmuevo. Me entero que estoy hecho de emociones y carne. Me sirvo una copa de vino. Me encanto de estar acompañado por quien me ofrece. Me ensortijo en un sueño nuevo. Estoy cansado pero duermo sin tiempos. Doy gracias por todo. De a poco me conecto con la energía de la casa.
Alguien me dijo que mi destino tenía sabor a mar. Al menos por un tiempo, deseo que sea mi hogar dulce y salado.