viernes, 21 de enero de 2011

Rosa

Gabriel es el encargado del edificio. Como a casi todos los de su oficio, le fastidia que le llamen portero. Aún así, no se ocupa demasiado por revertir su imagen. Pasa varias horas en la vereda y conoce el sub-mundo de la vida privada no sólo de los del edificio sino de los del barrio también. Escueto y evasivo a las preguntas, siempre exige respuestas. Mientras, manguerea la vereda dos veces al día, porque dice que las necesidades caninas le ensucian el palier. Habla de política, fútbol, mujeres, noticias sobretodo amarillas, de los vecinos que están fuera de lo normal y los que llevan una vida normal. Tiene una vara moral más determinada que la de un faraón, y así se autoproclama el nuevo restaurador de Buenos Aires. Si don Juan Manuel de Rosas lo viera, moriría nuevamente. Crítico y observador, posee material como para escribir diez “best sellers”. Desborda una sobredosis de información. Nunca me agradaron los tipos que no saludan sino los saludás. No sabía muy bien el porqué, hasta que me enteré que no era una cuestión de vergüenza sino de inseguridad en la comunicación, según Hegel. El tipo espera que le decís para armarse una respuesta. De todos modos, no era el día.
Al bajar por el ascensor me topé con su figura en el pasillo de la planta baja.
--Buen día—dije.
--Lo serán para ud.--- me respondió, lo que me animó a preguntarle.
--¿No lo es para ud?---
-- Y no… tengo a mi Rosa muriendo--- susurró al tiempo que bajo la cabeza y respiró casi moqueando como boxeador.
Yo, salía con el tiempo justo, pero mi humanidad detuvo el reloj de repente. Se paró también mi mirada en un punto fijo. Me tocaba la corbata como si ello me ayudara a pensar. Hacía calor como para salir con el traje, con esa armadura socialmente aceptada. Mi corazón se desbocó en sístoles y diástoles nerviosas. Enmudecí. Aposté a que me contara y se desahogara. Sin darme cuenta le ponía el hombro a ese desconocido que ya era como de la familia. Ví al hombre desarmado. Sentí como se buscaba en el escobillón para poder hablar. Fue entonces que rompí el silencio con un lenguaje no verbal frunciéndole un ceño. Y en tono confesor, asintiendo con la cabeza, balbuceó.
-- A la rosa me la liquidaron las hormigas--

3 comentarios:

  1. Decime si Gabriel no es un Principito de bolsillo. No solo por la rosa, sino por esa necesidad de preguntar pero no responder demasiado. :)

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  2. A mí las hormigas me liquidaron el jazmín... si lo hubiera contado como Gabriel hubieran creído que era un perro... en fin... todo un poeta el "encargado"
    Un beso

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