miércoles, 2 de noviembre de 2011

Gabriel

Sofía era bonita. Tenía una belleza que salía de lo normal, era una lindura que invitaba a posserla. Alguien le había confesado que era la más guapa del barrio, y desde aquél momento nunca dudo de su carisma. Se sabía bonita, de cabellos largos y oscuros, siempre con brillo de atracción sexual, de mirada sugerente y de labios mordibles. Estaba vestida como si entrara a un refugio de alta montaña pero, el frío de la mañana y sus pálidas mejillas no le beneficiaban mucho en su aspecto.

---Café con leche, más leche que café….¿ y alguna medialunita para acompañar?--- le sugirió el mozo.
---Si…si….---le contesto debajo del pullover.

Al segundo desvió su mirada y era el centro del lugar. Si bien, su espíritu no era el de llamar la atención en cualquier sitio en donde entraba, esos clientes quedaron a la espera de resolver la intriga.
De a poco la sensación de polaridad se hizo presente. Apareció en escena ese señor un tanto desprolijo a tomar un cafecito en la barra. Se trataba de Gabriel, el guarda tren. Que sorpresa fue para Sofía ver a esa persona que inoportunamente estaba entrando en su vida, sin una razón aparente. Al segundo se persiguió, sintió estar en un lugar incorrecto, como expuesta por la mirada de este hidalgo y desfachatado personaje de historieta o de fábula barata, que lucía horrendo y hablaba como si le brotaran soles de la boca.
Se miraron y al reconocerla, ella, que no era de avanzar en las relaciones, le encaró una tímida invitación. Gabriel accedió con una andar cansino y seguro.

---¿ Está caliente ese cafecito? Mirá que si no, el alma no se entibia---. Le dijo en discurso un poco cursi.
---Si, si al menos un poquito va a entibiar--- dijo ella.
---El destino se hará andando entonces, no?...vas hacia la gran ciudad capital o a buscar un nuevo horizonte en otro lugar?--- Le propino.
---Creo en que a ambas cosas---

Entonces, el reloj de arena del destiempo se hizo nido en su garganta. Ya no pudo decir más que le pasaba. Todas las mareas en su mente. Sin timonel ni banderas. Era una barcaza a la deriva en esa mañana de Viedma.

--- Me voy...--- atinó a decir por lo bajo.
--- Ya, terminá ese café…no hay apuro, hacia donde vas, sólo vas a estar con
vos misma--- dijo Gabriel.

Ella quedó rebotando en el lugar.

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