martes, 29 de noviembre de 2011

perverso

Amaba ese juego perverso. Ese sentir sin pavura. Desprejuiciado. Locura de amante que ama. Su hombre lo sabía. Fingía no saber. El cuidaba a su amante. También lo amaba. Armaban un trío secreto. Tenían un lubri-centro en la costa. Todos se conocían. Nadie sospechaba. Los inviernos largos y ásperos de la costa dejaban huellas en las caras. La vida pausada y cansina hacía ruido adentro. En ese escenario actuaban roles sin límites. Juegos íntimos. Involucrados. El amante estaba siempre dispuesto a estar. Una constante de instinto. Su hombre lo veía. Consentía. Ella exploraba las formas de no dejarlo. Tenían hijos. Auto. Casa. Insatisfacción en la cama. Costumbres domesticadas y rutinas perversas. Jugaban a ser distintos. A desafiar lo natural. El perro de la casa, un ovejero alemán, era su amante. Lo hacía con ella. Sólo respondía a sus deseos. Equivocándose de agujero le dió por atrás su calentura canina. Se les inflamó el pánico a ambos. Quedaron abotonados. El amante comenzó a desesperarse. Ella gritaba su dolor nervioso y él la mordía. No la soltaba. Nadie podía arrimárseles. El juego se había enviciado de fatalidad. Su hombre o la sombra de aquél. Nunca había visto tanto sufrimiento. Tanto dolor. Llamó a los bomberos, a la ambulancia y al veterinario. Llegó también la policía. Se arrimaron vecinos pasmados. Los cronistas no supieron cómo contarlo. En el hospital, mataron al amante. Su muerte fue tan indigna cómo su vida. Sus victimarios llevarán la marca. La marca de la insensatez.



* Basado en una historia real. Pasó en el 2009 en San Bernardo, Buenos Aires.

1 comentario:

  1. Terrible la mente retorcida de los humanos que dejan atrocidades en el camino como estas perversiones.

    Un abrazo Sereno!

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