viernes, 20 de marzo de 2009

Códigos de ruta.( la ida)

Creo que está definido que uno arma su destino. Partiendo de esa premisa básica. Lo que viene es una conjunción exacta de deseo y voluntad. Salí de Buenos aires en busca de mis hijos en un interminable viaje en auto hasta Bariloche. Me gusta la ruta. Me hace sentir bien. Me encuentra en lugares encontrados. Me distrae y me atrae hasta el centro mismo de mis pensamientos. Suelo hablar sólo, actuar situaciones, hablarle a las cosas y sobretodo al auto que en tamaño viaje no me abandone. Recapitulo escenarios, veo cosas más claras y creo cierta energía renovadora. Son 15 horas de ansiedades. Viajo hasta por inercia, acompañado de mensajitos de afectos y buena música rutera gracias a quienes me acompañan sin saberlo. Recuerdo palabras, gestos, risas, todo. Recuerdo. En viaje acepto la elección. Quien viaja sabe de códigos ruteros. Usar cinturón de seguridad. Hacer luces para avisar la maniobra. Agradecer con un guiño después. Ser solidarios. Tener siempre medio tanque lleno por si hay que desviarse. Mucho líquido, algún energizante, cafias. Se conoce el cuerpo cuando se viaja. Obviamente, viaja con uno. Al llegar a la temerosa ruta del desierto me topé con el anuncio, entre autos volcados, que tiene el índice de accidentes más alto de América. Eso intimida. Da cierto respeto a lo fatal. Esta vez la tomé con 38 grados y sin aire acondicionado. Los motores no aguantan tanto. Fue entonces que ví a una mujer que viajaba con sus dos hijos a la vera de la ruta con algún problema. Un fiat siena con gas. Al toque me retumbaron los conceptos de mi tío el fierrero. “El fiat es tallerista” solía decir con autoridad mecánica. Es bastante así. Me arrimé para darle una mano con la cuestión. La bomba de nafta al trabajar en seco se rompe. Es por el equipo a gas. Mi abuela decía que lo barato hace mal y lo gratis es mejor. Es real. No supe resolverla de movida. Razón por la cual subí a los tres en un aventón de 150 kilómetros hasta Colonia 25 de mayo. En viaje hablamos de los contratiempos. La mujer era docente en una escuelita rural. Se llamaba Isabella. Sus hijos Romeo y Chiara. Me encantaron sus nombres. Viajaban a Neuquén para conocer a su sobrina recién nacida. Luego de charlar bastante y comprobar que no era una versión porteña del “loco de la ruta”, al llegar a Colonia, me extendió el favor pidiéndome la “carona” hasta su destino final. Era de paso para mí, sólo un pequeño desvío. Entonces accedí. Compartimos casi 300 kilómetros. Conocieron mi familia y mi viaje. Este y otros. Conocí la problemática del docente. El sacrificio por resolver carencias. Levantarse al alba diariamente. Hacerlo porque los chicos lo necesitan. Hacerlo por el otro. Por el otro; solidaridad extrema. Bienestar del corazón. Tenía hasta ganas de regalarle algo. Sólo llevaba ansiedades. Igual le estaba dando. La buena onda siguió hasta el cuarto de Clara en el segundo piso de la maternidad de la clínica del Neuquén. Llevaba 11 horas manejando y conocí a Bianca, su sobrina. Todos nombres tanos, y Chiara es Clara en italiano también. Me quisieron pagar parte del combustible, a lo que me negué, claro. Me dieron una rosa de Bianca para que la huela y recuerde. Aprendí gratamente los códigos ruteros. Hacer luces, agradecer con un guiño después, ser solidario, y tener medio tanque lleno por si hay que desviarse un poco. Un poco que fue increíblemente mucho para todos.

4 comentarios:

  1. Uff! rete-lindo el desierto y 38 grados, algo se de eso!!! y no has vistos nuestros viajes en descapotao x la ruta!!!!!

    qué buena onda eres! en la ruta, eh?

    besitosendescapotao

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  2. Hermoso,Sereno,me recordaste a Mempo Giardinelli en El viaje final a la Patagonia,ahora me voy al Regreso!

    Un beso de ida.

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  3. Li; todo sitio es una ruta para aprender.
    beso,

    Gracias Rayu, beso

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  4. No es poco lo que te quedaste para la maleta de los recuerdos. Un desvío de abrazotes

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